Me gustaría iniciar esta reseña como si de otra realidad se tratase, una realidad donde el 8 de marzo no signifique nada, donde sea un día más y todas las personas tengan las mismas oportunidades. Pero no vivimos en esa realidad; no aún. Nos encontramos en la realidad del siglo XXI, donde las mujeres seguimos luchando por conseguir derechos fundamentales. Sí, este es el punto en el que nos encontramos, de morir quemadas en la hoguera a luchar por derechos básicos. Y no, no nos felicites por el Día de la Mujer Trabajadora, porque mientras esta sea nuestra realidad, seguiremos saliendo a la calle a luchar y a gritar a los cuatro vientos nuestros derechos. Por ti, por las que ya no están, por las que no tuvieron derecho al voto, por las quemadas, por las apedreadas, por las hermanas trans, por las que todavía no han llegado, por las que tienen una ideología contraria, por las racializadas…, por mí y por todas mis compañeras. Así que, lo siento por no ser esta la reseña de una realidad utópica. Comencemos.
Muchas personas, en marzo relacionan Sevilla con el inicio de olor a azahar que inunda todas las calles. En cambio para otras personas, marzo huele a lucha, a marea morada, y a feminismo. Desperté con ansias de ir a la manifestación, ya que el año pasado me fue imposible, por lo que las ganas eran dobles; y más aún cuando la primera noticia que escuché ese día fue que habían asesinado a otra mujer. Apresuradamente, me puse a terminar las pancartas que iba a llevar, comí, y fui a coger el tren, ya que soy de un pueblo de Sevilla (Dos Hermanas). Este es el primer punto a destacar: la huelga es también de consumo, pero no tenía otra opción para llegar hasta la manifestación, y Renfe también estaba de huelga, por lo que tenía servicios mínimos, y no pude llegar tan pronto como quería a la manifestación.
La estación a la que suelo ir no está precisamente en una zona tranquila, y alguna que otra vez ha habido altercados, o algunos sustos; aunque nada grave. Esta vez era diferente, ya que sabía que todas las mujeres que estábamos allí esperando el tren, íbamos a la manifestación; es decir, era la primera vez que estaba tranquila esperando sola en esa estación (mi amiga se montaba en la siguiente), porque todas funcionábamos como una y sin necesidad de habernos conocido antes. No hizo falta llegar a la manifestación para comenzar a emocionarme: el tren iba vestido de morado. Mujeres dando los últimos retoques a sus pancartas en el suelo del tren, otras con sus hijas que asistían por primera vez, otras cediendo el asiento a las mayores que también iban a participar, y otras charlando con nuevas hermanas que acababan de conocer. Todas con un objetivo común: la lucha de derechos.
Una vez en Sevilla, mi amiga y yo vimos el cartel equivocado pensando que la manifestación comenzaba en Plaza Nueva, en vez de en el Puente de Triana, y como no sabíamos dónde estaba el puente (e íbamos sin datos en el móvil), preguntamos a un grupo de chicas que también iban a la manifestación si nos podían ayudar. No solo nos indicaron el camino, sino que nos unimos a ellas y fuimos juntas todo el trayecto; sororidad. Las calles iban tornándose moradas conforme avanzábamos, cada vez más y más gente yendo en nuestra dirección, hasta finalmente, ver el Puente de Triana con miles de personas encima queriendo atravesarlo para llegar al punto inicial, y otras miles esperando al otro lado para poder cruzar. Una multitud de personas, separadas por el Guadalquivir, y con un pensamiento común: hoy es el día.
Comienzan los nervios, pancartas arriba, la preparación por bloques, los cortes de calles, los furgones policiales llegando, el sol poniéndose, los primeros cánticos, y el reloj marcando las 19:30; la hora de inicio. La manifestación avanzaba poco a poco debido a la cantidad de asistentes, y el bloque estudiantil (al que estábamos esperando) comenzó cuando los últimos rayos de sol desaparecían. Dentro del bloque, rocé sin querer con la pancarta que llevaba a algunas mujeres en la cabeza, me disculpaba y sus reacciones fueron varias: o no le daban importancia, o miraban la pancarta y le hacían una foto, o sonreían; pero en ningún momento se molestaron. En cambio, si la pancarta le daba a un hombre, aunque algunos no le prestaron importancia, otros si reaccionaron con malos gestos aunque no decían nada.
En cuanto a los hombres, como mujer me parece estupendo que ellos también puedan asistir, siempre y cuando sea como símbolo de apoyo. Sin embargo, la realidad fue distinta. Es cierto, que había hombres que asistieron de acompañantes, u ocupando una posición secundaria; pero, muchos de ellos se unían a cánticos que no les representaban, o cambiaban de “aquí estamos LAS feministas”, a “aquí estamos LOS feministas”, lo cual carece de sentido. Otros hombres, especialmente en el bloque estudiantil, iban encabezando la primera fila y con el megáfono, quitando protagonismo a las mujeres. Esto creó desacuerdo en varias mujeres, se quejaron pero no consiguieron nada.
Hubo dos sectores que me llamaron la atención: las familias y las mayores. Ambos son importantísimos en el colectivo ya que aportan perspectivas diferentes. Por un lado, las mayores luchando por lo que ellas no tuvieron pero siguen estando al pie del cañón por y para las próximas generaciones. La mayoría de las mujeres mayores iban acompañadas por sus maridos, y eran estos los que mostraban una actitud más de apoyo que la de los jóvenes. Es precioso ver a las personas mayores saliendo a la calle a luchar, mostrando que su voz sigue estando ahí, y es igual de válida que la de otra persona. Y por otro lado, las familias, con sus hijos e hijas pequeños, pancarta en mano, o mirando expectantes todo lo que ocurría. Gracias familias por educar a vuestras hijas en feminismo.
Era tal la marea de mujeres, que el primer tramo de la manifestación (desde el Puente de Triana hasta la Torre del Oro), el bloque estudiantil tardó una hora y media en recorrerlo, cuando normalmente se tarda diez minutos. Durante este trayecto, me llamó la atención el comportamiento de los policías, ya que en ningún momento (al menos que yo viese y/o que haya escuchado) mostraron una actitud agresiva o de superioridad; es decir, fue todo lo contrario: su actitud fue de apoyo, algunos hacían un poco el recorrido de la manifestación y luego se volvían para seguir con su trabajo, y otros leían las pancartas y asentían.
Todo lo contrario fue la actitud de bastantes personas, incluyendo tanto a mujeres como a hombres, que consideraban la manifestación como una fiesta más que como un día serio y de lucha. Lo de ir con la cerveza en la mano, las canciones absurdas sin ningún valor reivindicativo, las batucadas, o ir disfrazados, está muy bien si estás en los carnavales, pero NO en una manifestación, ya que lo único que se consigue es restar seriedad al colectivo, a las asesinadas y a las desigualdades. Es cierto que muchas personas pueden verse atraídas a ir a una manifestación para realizar estas conductas, y que eso aumente el número de asistentes; pero, calidad frente a cantidad. De nada sirve que asistan miles de personas a una manifestación si la mitad no está concienciada, y lo que hace es manchar el feminismo. Por lo que, en ciertos momentos tendríamos que premiar más la calidad, la concienciación, y la educación de las y los asistentes y, no tanto la cantidad masiva de los mismos.

Conforme avanzábamos, mi amiga y yo cambiamos de bloque, para poder hacer fotos desde distintos lugares, y ver como iba la manifestación en otros puntos. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de la cantidad de pancartas tránsfobas que había. Nos dio pena y rabia, en partes iguales, que el hecho de ser mujer siga estando directamente relacionado con lo biológico, y que al mismo tiempo, entre la marea, hubiese muchas compañeras trans que no se sintiesen representadas por la lucha. Cuando veíamos una pancarta así (y estábamos cerca), avisábamos a la chica que la llevase para que por favor la bajase por tener un mensaje tránsfobo. Lo curioso fue que la mayoría de las chicas a las que se lo decíamos, sintieron vergüenza porque pasaron por alto la existencia de las chicas trans, o no tenían si quiera esa información; y acto seguido bajaban las pancartas.

Manifestación de Sevilla. / Fotografía: Juan Flores. Encontrada en infografía ABC Sevilla.
A lo lejos ya se podía ver la catedral, más adelante la Plaza de la Constitución con el Ayuntamiento, y al lado Plaza Nueva; el final del recorrido. En este último tramo, especialmente llegando al Ayuntamiento, comenzaron a sonar más fuerte las batucadas; de nuevo el sentimiento de fiesta. Mi amiga y yo no queríamos ser relacionadas con esa forma de manifestación, y nos fuimos a otro bloque. En ese camino, íbamos quejándonos por la poca seriedad que tienen las batucadas, pero algo nos hizo cambiar de tema: un niño pequeño con una pancarta que decía “me gusta el color rosa”, y una niña que tras leer mi pancarta me sonrió; fueron dos de los pocos momentos que me hicieron sentir mejor; el ver a las nuevas generaciones luchando y tomando conciencia.

Una vez llegamos a Plaza Nueva todas paramos durante un largo rato, hasta que la gente comenzó a disiparse dando por concluida la manifestación. Fue entonces cuando encontramos a una mujer llorando, mi amiga y yo nos acercamos y le preguntamos qué le ocurría. Nos contó que estaba muy orgullosa por todo el apoyo que estaba recibiendo, pero que necesitaba que su caso se hiciese justicia. Entre lágrimas, ella estaba pidiendo firmas para este caso en change.org, el cual difundimos automáticamente por redes sociales. Estuvimos junto a ella hasta que se calmó, y entonces nos fuimos ya que íbamos a perder el último tren. Mientras avanzábamos contra la marea, quise hacer una visual de toda la manifestación, pero era imposible; más de 130.000 según informa El Correo, y fue entonces cuando comprendí que no por avanzar más rápido iba a abarcar toda la manifestación para verla en un conjunto, sino que debido al sentimiento de unión, todas éramos una, y estábamos tanto al principio como al final.